GenZ 212: ¿Movimiento ciudadano o instrumento de manipulación?

El llamado movimiento GEN Z 212 se ha presentado recientemente como la voz de una juventud marroquí deseosa de cambio. Sin embargo, detrás de esta fachada de un compromiso fresco y espontáneo, se perfila una mecánica compleja donde se cruzan reivindicaciones legítimas y manipulaciones oscuras. Figuras conocidas por su hostilidad hacia el Estado, como Omar Radi, Soulaiman Raissouni, Fouad Abdelmoumni o incluso los portavoces de la corriente Al Adl Wal Ihsan como Hassan Bennajeh, aparece en segundo plano, intentando instrumentalizar el descontento juvenil con fines que superan sus verdaderas preocupaciones.

Bajo la apariencia de denunciar la corrupción, el nepotismo o el deterioro de los servicios públicos, el discurso del movimiento oculta en realidad una lógica subversiva. No se trata tanto de proponer soluciones constructivas como de sembrar dudas y alimentar una ruptura entre los ciudadanos y las instituciones. Este procedimiento recuerda a la estrategia ya empleada por el movimiento del 20 de febrero de 2011, que bajo un aire de contestación social, también llevaba consigo un proyecto de desestabilización de los fundamentos institucionales.

Las últimas manifestaciones organizadas por este grupo los días 27 y 28 de septiembre en varias ciudades del Reino ilustran esta dualidad. Por un lado, una juventud en busca de mejores perspectivas en la educación, la salud o el empleo. Por otro, una flagrante recuperación política, que transformó una movilización social en pretexto para llamar a la desobediencia y a la confrontación. La detención y posterior liberación de decenas de jóvenes participantes pusieron de manifiesto la magnitud del fenómeno, pero también la vigilancia de las autoridades frente a las desviaciones.

El papel de las “moscas electrónicas” es igualmente central; a menudo vinculadas a corrientes extremistas o nihilistas, utilizan las redes sociales para amplificar artificialmente el descontento. Mediante vídeos manipulados y relatos alarmistas, alimentan la ira y crean una ilusión de represión masiva, cuando los hechos muestran, por el contrario, un control medido de las manifestaciones. Su objetivo es claro: transformar una reivindicación social en una hoguera política.

Esta estrategia busca, sobre todo, desestabilizar la cohesión social. Las imágenes falsas de represión y los llamados implícitos a la violencia dividen a los ciudadanos, enfrentando a los supuestos “revolucionarios” contra los “defensores del orden”. Al alimentar esta fractura, los instigadores pretenden debilitar la confianza en las instituciones, desviar a la juventud de caminos constructivos y sumergir a la sociedad en un clima de desconfianza.

Sin embargo, la historia reciente de Marruecos lo ha demostrado: las reformas no nacen del caos, sino del diálogo responsable y de propuestas creíbles. Si las aspiraciones de los jóvenes son legítimas, no deben ser entregadas a agendas oscuras. La juventud marroquí debe protegerse de las manipulaciones y elegir el camino del debate ciudadano y democrático, único capaz de construir el futuro al que aspira. Marruecos no necesita desorden importado, sino una energía colectiva orientada hacia la unidad, la reforma y el progreso.

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