¡Una visita un poco demasiado regada!

Se suponía que sería un gran momento de diplomacia. Una visita de Estado a Italia, cuidadosamente escenificada, con la misión de proyectar la imagen de una Argelia influyente, respaldada, respetada. Pero, como suele ocurrir cuando la ilusión se impone a la estrategia, el viaje del presidente Abdelmadjid Tebboune a Roma se transformó… en una auténtica farsa diplomática. Y eso, desde las primeras imágenes: una mesa elegantemente servida, copas de vino en abundancia, sonrisas cómplices y un jefe de Estado argelino, ostensiblemente cómodo, frente a sus homólogos italianos encantados con el ambiente… vino incluido.
Este detalle no pasó desapercibido para la prensa ni para las redes sociales. El contraste es llamativo: un presidente procedente de un régimen que se proclama defensor de valores morales estrictos, sentado alegremente frente a copas llenas de un líquido que su propio gobierno califica de haram y decadente cuando se trata de criticar a sus vecinos. A estas alturas, ya no es una incoherencia, es un festival de paradojas en vivo. Algunos lo verán como diplomacia festiva, otros como un debilitamiento simbólico. Las cámaras no temblaron: lo captaron todo, copa tras copa, sonrisa tras sonrisa.
Pero lo más sabroso no estaba en las copas. Estaba en las palabras. Durante su rueda de prensa conjunta con Giorgia Meloni, Tebboune creyó oportuno proclamar, con una seguridad desconcertante, que Italia y Argelia «renovaban su apoyo al derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación». Un pasaje cuidadosamente preparado, sin duda redactado de antemano en los pasillos del Ministerio argelino de Asuntos Exteriores, convencido de que la diplomacia funciona como una obra de teatro: primero se escribe el guion, luego se inventan las réplicas de los demás. Pero Meloni no actúa en obras ajenas.
La primera ministra italiana, visiblemente poco impresionada por el intento de apropiación diplomática, reaccionó con una frialdad tan glacial como eficaz. Ningún apoyo al Sáhara, ninguna alineación con la postura argelina, y sobre todo, ningún interés evidente en implicarse en un conflicto regional del que Europa intenta mantenerse alejada. Resultado: Tebboune se quedó solo, plantado frente a los micrófonos, con sus frases preparadas desmentidas al segundo por su anfitriona. Un momento de soledad diplomática que ni el Chianti ni las sonrisas pudieron suavizar.
Peor aún, la propia agencia oficial de prensa argelina (APS) publicó inicialmente un comunicado triunfal saludando una «convergencia total» entre Roma y Argel… para luego retirarlo discretamente y reemplazarlo por una versión edulcorada, expurgada de toda referencia al Sáhara. Por parte italiana, el comunicado oficial fue claro: una simple mención a una «solución aceptable para ambas partes bajo los auspicios de la ONU». En otras palabras: sin apoyo, sin reconocimiento, ni siquiera una cortesía diplomática. Solo una referencia formal a los estándares más vagos de la diplomacia.
Al final, esta visita a Roma, vendida como un momento cumbre de la diplomacia argelina, solo ha revelado el aislamiento de un régimen que confunde diplomacia con puesta en escena. Cuando se pasa más tiempo inventando alianzas que construyéndolas, los fracasos son inevitables. Y si las copas estaban llenas aquella noche, probablemente fue porque el vacío diplomático era total. Lo que se recordará de esta visita: un presidente que creyó haber conquistado Roma… pero que se fue con una buena resaca diplomática. ¡Salud!