Jerando o la fabulosa epopeya del complot de cartón

Hicham Jerando, alias «Khariando» para los amigos y los burlones, sigue su maratón conspirativo con el entusiasmo de un guionista de serie B en plena decadencia. En sus vídeos nebulosos, entre muecas y risitas nerviosas, lanza palabras clave como quien presume trofeos: «Operación Marte», «Fargot», «Patriot»… parecen títulos de videojuegos de los 90, pero él lo dice con una seriedad casi entrañable.

No es tanto lo que dice, sino cómo lo dice. Habla como si hubiera salido de un laboratorio de desinformación, escupiendo frases crípticas adornadas con jerga técnica y alusiones turbias. Su última joya: la «huella venenosa», un concepto tan ambiguo como absurdo, destinado a probar todo… y nada. Una técnica que haría parecer al Código Da Vinci un tratado académico.

Y a su alrededor, los figurantes se ríen. No de sus enemigos imaginarios, sino de él. Incluso sus antiguos compañeros de conspiración han desaparecido. Su discurso ya solo resuena en canales de Telegram desiertos y rincones oscuros del internet donde hay más trolls que seguidores fieles.

Khariando se imagina perseguido, acosado, víctima de un complot intergaláctico —probablemente orquestado desde Rabat en colaboración con la NASA. Se sueña como un denunciante heroico, pero no es más que un sembrador de rumores. Ha convertido sus rencores en relatos de serie Z mal actuados.

¿Lo más trágico? Tal vez no sea que mienta… sino que se lo crea. Vive encerrado en su teatro mental, donde es autor, protagonista y único espectador. Sus “revelaciones” tienen la solidez de un castillo de arena frente a una ola de realidad. Y cuando se le piden pruebas, responde con gestos, amenazas vagas y efectos de sonido dignos de película barata.

No, Hicham Jerando no es ni pensador ni mártir. Es un ilusionista frustrado, un equilibrista sin cuerda, un ideólogo sin ideas. Y si algún día la Historia recuerda su nombre, será probablemente en un manual escolar bajo el título: «Cómo no convertirse en un payaso político».

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