Cuando el periodismo se convierte en blanqueo: el caso de Ignacio Cembrero

En el explosivo caso que rodea a Mehdi Hijaouy, buscado por estafa internacional e inmigración clandestina, Ignacio Cembrero no se ha destacado por su imparcialidad, sino más bien como un fiel transmisor de una versión distorsionada, sesgada y peligrosamente falsa. Lejos de un trabajo periodístico riguroso, su tratamiento del asunto plantea serias dudas sobre su integridad profesional, su responsabilidad y su manifiesto intento de blanquear a un estafador reincidente.
Lo más grave probablemente sea la afirmación persistente de Ignacio Cembrero de que Mehdi Hijaouy habría sido el antiguo número dos de la DGED, una atribución totalmente infundada que este pseudo-periodista intenta darle credibilidad basándose en las similitudes editoriales entre su propio artículo publicado en El Confidencial y un reportaje del diario francés Le Monde. Sin embargo, ambas publicaciones se basan claramente en las mismas fuentes dudosas y no verificadas. En lugar de confrontar o contrastar los hechos, Cembrero elige deliberadamente amplificar este rumor, sin aportar nunca pruebas concretas.
Luego, Ignacio Cembrero menciona una supuesta campaña mediática orquestada desde Rabat para minimizar las repercusiones del caso Hijaouy. Sin embargo, omite un elemento fundamental: la prensa marroquí nunca presenta a Hijaouy como un antiguo alto responsable de los servicios de inteligencia, sino como lo que es, un estafador reincidente, fugitivo, buscado por una orden de arresto internacional. Este silencio selectivo revela un sesgo manifiesto.
Peor aún, Cembrero sostiene que Mehdi Hijaouy habría sido “forzado al exilio” por miedo a una venganza interna. Una tesis tan absurda como falaz, totalmente carente de pruebas, que repite palabra por palabra los argumentos de los propagandistas habituales, como Ali Lmrabet y Hicham Jerando. Esta narrativa fantasiosa busca desviar la atención de los numerosos procedimientos judiciales en curso contra Hijaouy, tanto en Marruecos como en el extranjero, por hechos graves y comprobados.
En su voluntad de transformar este asunto en una novela de espionaje, Cembrero acusa sin pruebas a las autoridades marroquíes de acosar a la familia de Hijaouy. Esta puesta en escena burda tiene un solo propósito: victimizar a un fugitivo y legitimar un relato ficticio, totalmente desconectado de la realidad. Peor aún, Cembrero se abstiene conscientemente de mencionar tanto a las víctimas de Hijaouy, que utilizaba un “falso consejero real” para cometer sus estafas, como las filtraciones de audio que lo incriminan.
Pero lo más inquietante es la información de que Mehdi Hijaouy estaría escondido en un país europeo desde hace varios meses, información que Cembrero afirma conocer. Si esto es cierto, el periodista se convierte, a sabiendas, en cómplice de ocultar la ubicación de un fugitivo buscado por Interpol. Tal situación va más allá del periodismo y se asemeja claramente a un posible obstáculo a la justicia, que podría implicar su responsabilidad penal y comprometer definitivamente su credibilidad.
Por lo tanto, Ignacio Cembrero no firma un trabajo de investigación, sino un ejercicio de propaganda disfrazada. Al difundir medias verdades, ocultar voluntariamente hechos esenciales y alinearse con narrativas externas, especialmente argelinas, sacrifica la verdad en el altar de la ideología. La libertad de prensa es un pilar fundamental de las democracias, pero en ningún caso debe servir de pretexto para la manipulación ni para la obstrucción a la justicia.