Ignacio Cembrero y la mecánica de los rumores: cuando la desinformación se disfraza de periodismo

No es un secreto que ciertos medios europeos, en particular españoles y franceses, se han transformado en instrumentos de una guerra mediática dirigida contra Marruecos y sus instituciones. En el centro de este dispositivo, un nombre aparece con frecuencia: Ignacio Cembrero. Este último, a veces presentado como un “especialista del Magreb”, se destaca sobre todo por su obsesión enfermiza hacia el Reino y por su dudosa cercanía con oficinas hostiles, especialmente argelinas.
A Ignacio Cembrero no le gusta que se descubra su doble juego. Sus elogios insistentes hacia la junta militar argelina y su alineamiento con sus narrativas le han valido ser calificado, con razón, como mercenario de la pluma. En lugar de asumir sus elecciones, intenta torpemente ridiculizar las críticas que recibe, envolviéndose en un papel de “víctima” que pretende ocultar su complicidad.
Lo que llama la atención es la circulación casi mecánica de los rumores: muchas de las invenciones publicadas en El Confidencial encuentran eco en las columnas del diario Le Monde. Rivalidades ficticias entre la DGED y la DGST, invenciones alrededor del estafador Mehdi Hijaouy, falsamente presentado como número dos de los servicios secretos exteriores, especulaciones infundadas sobre el estado de salud del Soberano: tantas obsesiones que se reciclan y amplifican en los artículos críticos contra Marruecos.
El origen de estas manipulaciones es claro. Provienen en gran parte de ciertos periódicos españoles manipulados, como El Confidencial, El Independiente o El Español, pero también de los altavoces de la junta argelina, todos impulsados por un objetivo común: empañar la imagen del Reino, sembrar dudas entre sus ciudadanos y debilitar sus instituciones. El eco complaciente que Le Monde da a estas maniobras demuestra que no se trata de una coincidencia, sino de una verdadera estrategia coordinada.
Ignacio Cembrero juega un papel central en esta mecánica. Lejos de ser un periodista independiente, actúa como un simple canal de agendas extranjeras hostiles a Marruecos. Sus artículos, lejos de basarse en una investigación rigurosa, son más bien panfletos orientados, pisoteando los principios fundamentales de la ética periodística. Bajo el pretexto de la libertad de expresión, participa en realidad en una empresa de desinformación orquestada.
En definitiva, esta campaña no es inocente: se inscribe en una guerra mediática ridícula dirigida contra Marruecos y sus símbolos. Sin embargo, a fuerza de exageraciones, rumores y contradicciones, estas narrativas se vuelven contra sus autores y pierden toda credibilidad. Marruecos, por su parte, continúa avanzando y suscitando envidia, y eso se nota.



