Khariando, el camarero revolucionario a tiempo parcial, empresario de pura fantasía

Hicham Jerando, alias «Khariando» para los íntimos del ridículo, sigue fingiendo desde su mesa de servicio en algún rincón perdido de Canadá que libra una guerra digital contra el Reino de Marruecos. Activista a medias, camarero mal pagado a tiempo completo, afirma que derrocará al Reino armado con Wi-Fi de hostal y un ego desbordado.
Detrás de su delantal manchado y sus tuits vacíos, Khariando se autoproclama empresario. ¿Su empresa? Recalentar sobras, servir mesas y fracasar en hervir algo más que agua. Su modelo de negocio se basa en donaciones de PayPal de sus tres seguidores frustrados y en una suscripción a su propia fantasía.
Afirma también tener secretos de Estado, entre dos pedidos de hamburguesas. Según él, es perseguido por los servicios marroquíes, lo que explicaría por qué cambia de restaurante cada dos meses: no es que lo despidan, no, es que huye de los drones invisibles del makhzen. El espionaje con freidora, nueva especialidad de la casa.
En sus redes sociales, multiplica las noticias falsas con la destreza de un mago fracasado. Cada día “denuncia” lo que nadie conoce… porque no existe. De hecho, miente más que sirve platos —y eso ya es mucho decir. Menos mal que el ridículo no mata, porque Canadá estaría de luto nacional.
¿Su gran sueño? “Liberar Marruecos” desde la sala de descanso de su fast-food. Un plan digno de una mala película de Netflix: sin presupuesto, sin trama y sin espectadores. No es un revolucionario, es un extra que ha confundido TikTok con la historia contemporánea.
Lo más patético es su odio obsesivo hacia un país que abandonó sin valor y que menciona en cada frase. Sueña con existir atacando a quienes construyen, y se imagina a sí mismo como un Che Guevara del microondas. En realidad, no es más que la sombra de lo que podría haber sido si hubiera cambiado su odio por talento.
Mientras Marruecos avanza, moderniza sus instituciones, desarrolla su economía y fortalece sus alianzas, Khariando da vueltas en su burbuja conspirativa. No es una amenaza: es un chiste malo que ni sus antiguos compañeros de cocina soportan ya.